El Campeonato Europeo Universitario de Baloncesto 2024 desde dentro

Cuando la realidad supera a lo puramente imaginado, difícilmente se puede explicar una experiencia como la de este Campeonato Europeo Universitario con una medalla de bronce conseguida en el mismo lugar donde todo comenzó hace siete años.

Mi llegada al equipo de baloncesto de la Universidad de Sevilla fue algo tardía, provocada por la insistencia de muchos de mis compañeros, quienes ya me hablaban maravillas de este grupo de jugadores que recientemente se habían proclamado campeones de Andalucía universitarios.

Me incorporé para disputar el Campeonato de España Universitario de este año, asumiendo la posición de base que estaba desierta por la ausencia de una de las principales piezas de este equipo, Antonio Díaz, quien se machacaba diariamente para recuperarse de una lesión de ligamento cruzado, con la esperanza de estar presente en el Campeonato Europeo Universitario meses después.

Mi nombre es Manuel Ortega Caro, tengo 24 años, soy jugador del Club Baloncesto Coria (Sevilla) desde hace 7 años y desde abril de 2024, llevo en mi espalda el número 5 de la US. En estas líneas, quiero contar cómo ha sido mi primera experiencia como integrante del conjunto universitario y participante de la cita europea de este año.

Ya muchos me avisaban que una vez se entraba en este equipo, difícilmente se conseguía salir de él. Y menuda verdad es esa de que a partir de abril comienza la mejor época del año, los meses en los que el conjunto de la US arranca a preparar sus competiciones externas y los jugadores federados disfrutamos de una manera diferente y sin presiones del deporte de competición.

Tras el logro obtenido en Jaca (Zaragoza) en la primera participación del equipo hispalense en un Campeonato de 3×3 de baloncesto, donde algunos de mis compañeros se alzaron con la medalla de oro, en el mes de mayo, comenzaron los entrenamientos previos al Europeo.

Pocos me creerían si dijera que la medalla de bronce conseguida en Hungría se comenzó a cocinar a raíz del mensaje que nos mandó Jorge Thiriet, fiel reflejo de la unión que este equipo tiene, el cual era claro: “Solo hay dos cosas obligatorias para este equipo; defender con nuestra vida el escudo que llevamos en el pecho, el de la Universidad de Sevilla, y disfrutar el tiempo juntos después de cada entrenamiento”.

Nuestra llegada a Miskolc (Hungría) estuvo marcada por la nostalgia de aquella medalla de plata que los compañeros de nuestro equipo consiguieron en esta misma sede, en 2017. Los más veteranos del equipo que disputaron aquella final, Iñaki, Andrés y Fede, ya nos hablaban desde hacía meses de lo que fue esa expedición para prepararnos a quienes no teníamos experiencia en este tipo de certámenes.

Ni un día de adaptación a este país necesitamos para que la US comenzara a ganar no solo dentro de la pista, sino también fuera de ella. Paradójicamente, nuestro primer entrenamiento fue en el lugar donde una semana después conseguíamos cobrar esa revancha del pasado Europeo ante la Universidad de Bolonia, arrebatándole la medalla de bronce en el partido por el tercer y el cuarto puesto.

Ansiosos porque la pelota comenzara a sonar contra el parqué, nos enfrentamos el tercer día del viaje a la Universidad de Bucarest. Nervios, presión, cansancio pero, mucho más, las ganas nos hicieron llevarnos la primera victoria, a pesar de la evidente superioridad física que mostraban los rumanos.

El segundo partido, en teoría el más “sencillo” de la fase de grupos, ante la Universidad de Gdansk (Polonia), comenzó con una charla de nuestros entrenadores Jonatan Domínguez y Jesús Navarro, quienes nos ponían los pies sobre el suelo, asegurando que el trabajo no había hecho más que comenzar, y que los tres partidos restantes serían de un nivel muy alto. Rápidamente, impusimos nuestro habitual estilo de juego y solventamos el encuentro en los dos primeros periodos, lo que nos permitió disputar un gran número de minutos a todos los miembros de la plantilla.

Poco se equivocaba nuestro staff asegurándonos que todos los partidos serían complicados, cuando al tercer día, ya vivíamos nuestra primera final del Campeonato. El día anterior, la Universidad de Génova se imponía a la de Bucarest; así que nos enfrentaríamos a esta primera en un partido que decidiría el primer puesto del grupo D.

El equipo salió a la pista convencido del potencial mostrado en los dos primeros encuentros, y a pesar de una mala primera mitad, el equipo de la US mostró su coraje en el tercer y en el cuarto periodo para doblegar a los italianos y asegurar el primer puesto de cara a los cuartos de final. Misión cumplida.

El camino gratificante al bronce

Un año más, la Universidad de Sevilla volvía a estar presente en los cuartos de final de un Campeonato Europeo Universitario de Baloncesto, y eso solo significaba una cosa: había que ganar para luchar por las medallas.

Aunque el peso de las piernas empezaba a sentirse con el transcurrir de los días, queríamos seguir adelante en nuestro camino particular hacia el podio. Aprovechando la jornada de descanso, fuimos a conocer la ciudad de Miskolc, visitando algunos de los lugares donde la expedición de 2017 ya estuvo anteriormente. Esa misma noche, los jugadores decidimos hacer la salida oficial del equipo. Oficial porque la expedición se reunió al completo, incluido el cuerpo técnico.

Tras un merecido descanso, retomamos la concentración. ¿Alguien dudaba de la capacidad de este equipo? Difícil desconfiar cuando todos y cada uno de mis compañeros irían a la guerra por el otro.

La anfitriona, Universidad de Debrecen, nos esperaba frente a su gente para arrancar los cuartos de final; pero pocas opciones le daríamos de entrar en el partido, marcando un ritmo frenético para doblegarla en el electrónico y volver a meternos en las semifinales. Sellamos la victoria por 108-69 y avanzamos un escalón.

En la instancia de semifinales, nos esperaba la Universidad de Vytautas Magnus (Lituania), rival que estaba formada por un grupo de doce jugadores, en su mayoría canteranos de equipos profesionales y del combinado nacional lituano; así que nos batíamos ante contrincantes difíciles. Sin embargo, por nuestra parte teníamos un grupo de doce amigos dispuestos a revolucionarlo todo.

La mayor parte de este encuentro fuimos por debajo en el marcador, alcanzados por la condición física superior que los lituanos mostraban ante nosotros; pero lo teníamos claro, si llegábamos por debajo de los diez puntos en los últimos minutos, tendríamos opciones reales de llevarnos el partido. Lejos de bajarnos del plan, a falta de 30 segundos, nos colocamos a tan solo tres puntos abajo en el electrónico; pero un triple de los lituanos desde 8 metros al término de la posesión silenció el pabellón, concluyendo el partido por 94 – 88, a favor del conjunto rival.

Mentiría si dijera que no merecimos estar en la final de esta edición, pero no hubo tiempo para lamentaciones, el baloncesto siempre da una revancha y era la ocasión perfecta para cobrarla. Nuestros adversarios por batir desde hace varios campeonatos, los boloñeses, nos esperaban en el partido por el bronce.

Se trataba de un partido con muchas emociones por vivir, en el que la principal motivación era la despedida del capitán de este barco, Iñaki Llano Abascal, un compañero que se ha dejado el alma en cada partido con esta camiseta. Nadie más que él merecía despedirse con una victoria; así que todos nos volcamos a una.

El encuentro arrancó con un primer periodo igualado, con la sensación de que la balanza caería de nuestro lado. A partir del segundo cuarto, nuestro ritmo comenzó a superar a la defensa de Bolonia, que venía de una dura derrota frente a la Universidad de Zagreb, y en ningún momento volvió a ser capaz de frenar nuestro recital ofensivo. El cerco a los italianos se cerró con un 67-82, marcador que nos permitió conquistar el título de tercera mejor selección universitaria europea.

Diría que, el término del partido fue la sensación más conmovedora que he vivido como jugador de baloncesto. Al llegar al vestuario, la emoción de haber abrazado el bronce fue tal que ningún jugador era capaz de articular palabra. Muchos habían hecho esfuerzos sobrehumanos para estar en esta competición. Las palabras de los entrenadores y los jugadores calaron en mí de una manera increíble y reafirmaron, una vez más, la acertada decisión de formar parte de este equipo. En la Universidad de Sevilla, el baloncesto deja de ser un deporte tal y como lo conocemos, se convierte en un viaje inolvidable para cada uno de los que formamos parte de esta familia.

Ya decía que no sería fácil contar con palabras cada uno de los detalles que vivimos a lo largo de los diez días de competición y de los meses previos de preparación; pero en estas líneas, espero haber reflejado el espíritu de equipo que hace que la Universidad de Sevilla esté, un año más, entre las más laureadas de Europa, acumulando en su palmarés dos trofeos de bronce que se posan al lado de uno de plata.